Ojos enormes, ojos de sapo.
He visto los ojos enormes de Mr. Frosch asomando de un búnker, de uno de los cientos de búnkers dispuestos en Zúrich para refugio de la población en caso de catástrofe.
Los he visto mirar indecisos, sus ojos. Los he visto escrutar, percatarse, comprobar.
Después he visto su cuerpo. He visto su cuerpo verdoso asomarse, sus patas verrugosas escurrirse, y finalmente saltar en dirección desconocida.
Luego ha sonado el teléfono.
Que llama desde un McDonald's, dice. Que se ha metido ahí en busca de normalidad. Y de una hamburguesa también, claro. Pero sobre todo en busca de normalidad, dice.
...
Comiendo hamburguesa y mirando MTV; todo iba de lo más normal.
Hasta que de pronto... Culos. Muchos culos. Rihanna, Beyoncé, Jennifer Lopez, sus culos.
Y más culos.
Yo, feliz: papa frita, sorbo de coca cola, mordisco de BigMac, culo. Mmm.
Realmente feliz.
Federico Fellini me viene entonces a la mente. Me acuerdo de su costumbre de ir a desayunar en casa de una amiga suya para que ésta le mostrara el culo. Después de contemplarlo un rato-el culo-, el cineasta agradecía caballerosamente el gesto de la amiga y, sin más, se marchaba.
“Un día sin culo es un día sin sol”, sentenciaría alguna vez.
Agradezco entonces a McDonald's por la calidad de sus televisores plasma.
Agradezco a MTV por este día tan soleado, por su ranking de los culos más hot.
¡Agradezco al mundo por no haberse acabado!
Pero justo cuando mi mente se dispone a pasar de los agradecimientos a la calmada elaboración de una teoría (teoría según la cual la felicidad se encuentra buscando la normalidad, etcétera); justo en ese momento, justo en ese preciso instante, me atraganto y la coca cola se me acaba.
Y siento que me muero. Y pienso que me muero.
Pero me equivoco, porque ahí sigo y además veo un vaso de agua casi vacío. Porque a pesar de no ver a nadie a mi lado, siento palmadas en la espalda y percibo un susurro entre mis tosidos.
Hago como si no hubiera pasado nada, diciéndome que quizá tampoco haya pasado nada.
El ranking de culos continúa. Las nalgas siguen desfilando en las pantallas, sometidas de dos en dos al juicio de un selecto jurado. “Oh my good, her ass is reeeally hot!” se exalta un rapero mientras intenta reproducir con las manos la forma del trasero de Beyoncé. La dueña de una revista de espectáculos y su director creativo concuerdan en que las nalgas de Jennifer Lopez constituyen un culo con power, mientras que el de Kilye Minogue, en cambio, vendría a ser un culito con clase, observa un diseñador de modas... Aquí. Mas o menos por aquí vuelvo a sentir las palmadas. Más o menos por aquí siento además un pellizco, y entiendo el susurro:
“¿Estás seguro de que la preservación de la especie humana realmente te importa?”
…
Que la pregunta se la susurró su autor en persona, dice Mr. Frosch. Que de la nada se le apareció el mismísimo Max Frisch. «Me pellizcó además, el muy hijo de puta…»
«Bueno, al menos te salvó la vida», le sigo la corriente al sapo.
Pero a Mr. Frosch no parecen preocuparle sus alucinaciones. Tampoco parece preocuparle la pregunta susurrada en sí misma, que en realidad es una versión acortada de una de las tantas preguntas que hiciera en vida este escritor zuriqués aficionado a los cuestionarios. «Cuestionarios que quizá algún día te traduzca, secretario, para que te la puedas dar de intelectual, que sé que tanto te gusta jajaja…»
Lo que le preocupa a Mr. Frosch es por qué surgió la pregunta. (No me hace caso cuando le explico que quizá se deba a su natural falta de empatía con el ser humano, comprensible dada su naturaleza de batracio).
«¿Por qué una pregunta como esa tiene que surgir en un momento como ese? », no deja de repetirse Mr.Frosch. «¿Por qué?»
Que por qué ese tipo de preguntas no le vienen a la mente a la hora de separar el aluminio de los residuos orgánicos, como sería lo apropiado. ¿Por qué le vienen ahora? Si hasta se había puesto feliz. ¿Por qué? Si acaso la única decepción fue ya no ver el culito de Kylie Minogue en el top 3, si aparte de eso no paraba de mover afirmativamente la cabeza con cada comentario de los jurors. ¿Por qué? Si apenas envidiaba la comodidad de los sillones desde donde éstos emitían sus juicios. ¿Por qué? Si hasta se complacía al verlos al lado de cada par de nalgas, tan seguros de sí mismos, tan regios, nada que ver con ese tipo tan feo que se le apareció de la nada para agriarle la hamburguesa. «¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ...»